Category: Leyendas Infantiles

La Virgen de la cueva

LA VIRGEN DE LA CUEVA 

En Puebla de Alcocer está la cueva en la que según la tradición se encontró la imagen de la Virgen de la Cueva, que se apareció a tres niños hermanos, cuyos nombres quedaron relegados en el olvido. A los pies de la Ermita, derruida por el paso del tiempo, quedan los muros del lazareto en que los leprosos se cobijaban con la esperanza de su curación puesta en la imagen milagrosa.

A la cueva acude el pueblo en rogativas para impetrar el agua, y la imagen milagrosa de la Virgen de la Cueva atiende la demanda del pueblo agobiado por la sequía.

En cuanto a la aparición de la Virgen de la Cueva la tradición recoge que la imagen de la Virgen fue trasladada «a Esparragosa que es la villa más cercana», según constaba en una lápida encima del dintel de la puerta de la ermita, que fue destruida por los cabreros a pedradas en los años de la posguerra. En ella podía leerse lo siguiente: «MADRE DE DIOS DE LA CUEVA / HA APARECIDO EN CAPILLA / EN TIERRA DE ESPARRAGOSA / A DOS NIÑOS Y UNA NIÑA».”

 

Fuente: Mapa de Cuentos y Leyendas de Extremadura y el Alentejo. (s. f.). Virgen de la Cueva.

Recuperado de http://alcazaba.unex.es/~emarnun/btca/siberia.htm#cueva

Las campanas de Santa Marina

LAS CAMPANAS DE SANTA MARINA

Curiosa es esta leyenda que pregona que aquí se hundieron las campanas que transportaban los judíos que habían robado de la ermita de Santa Marina. Milagrosamente se hundió el lecho del somero río por el que pasaban formándose el charco sin fondo de la Casa de los Moros. Aseguran que algunos escuchan sonar dentro del agua las campanas en algunas fechas determinadas del año.

 

Fuente: Ayuntamiento de Ahigal (s. f.). Recuperado de

http://www.ahigal.es/index.php/mod.pags/mem.detalle/idpag.13/idmenu.1026/chk.a1e06e1545b89bf936c3656ee9350423.html

 

La aparición de la Virgen de Guadalupe

LA APARICIÓN DE LA VIRGEN DE GUADALUPE 

En el tiempo que el rey don Alfonso XI reinaba en España apareció nuestra Señora, la Virgen María, a un pastor de las montañas de Guadalupe de esta manera:

Andando unos pastores guardando sus vacas cerca de un lugar que llaman Alía, en una dehesa, conocida como la dehesa de Guadalupe, uno de esos pastores, llamado Gil Cordero, natural de Cáceres, donde aún tenía su mujer e hijos, advirtió que le faltaba una vaca de las suyas.

Marchó en su búsqueda por bosques y robledales hasta topar con un río de pocas aguas, bastante escondido. Recorrió el lado derecho de su ribera, desviándose luego, siguiendo probablemente los restos de una calzada romana. Después de tres jornadas encontró la vaca muerta, pero intacta cerca de una fuente pequeña.

Y al ver su vaca muerta, se acercó a ella; y moviéndola con diligencia, y no hallándola mordida de lobos ni herida de otra cosa, quedó muy maravillado. Sacó luego su cuchillo de la vaina para desollarla y poder aprovechar su piel, abriéndola por el pecho a manera de cruz, según es costumbre desollar, luego se levantó la vaca. Y él, muy espantado, se apartó del lugar; y la vaca estuvo quieta. Y luego, en esa hora, apareció ahí visible nuestra Señora la Virgen María a este dichoso pastor, le dijo así: «No temas que yo soy la Madre de Dios, salvador del linaje humano; toma tu vaca y llévala al hato con las otras, vete luego para tu tierra, y dirás a los clérigos lo que has visto, diciéndoles de mi parte que te envío yo allá, y que vengan a este lugar donde ahora estás, que caven donde estaba tu vaca muerta debajo de estas piedras; y hallarán una imagen mía. Cuando la saquen, diles que no la muden ni la lleven de este lugar donde ahora está; más que hagan una casilla en la que la pongan, y con el tiempo vendrá que este lugar se haga una iglesia, y casa muy notable».

Y después que la Santa Virgen le dijo estas cosas y otras, luego desapareció. Y el pastor tomó su vaca, y se fue con ella y la puso con las otras. Y contó a sus compañeros todas las cosas que le habían sucedido. Y como ellos hicieron burla de él, les dijo: «Amigos, no tengáis en poco estas cosas. Y si no queréis creerme, creed aquella señal que la vaca trae en los pechos, a manera de cruz», y luego le creyeron.

El citado pastor, despidiéndose luego de ellos, se fue para su tierra. Por donde iba contaba a todos cuantos hallaba este milagro que le había ocurrido. Y al llegar a su casa encontró a su mujer llorando, le dijo: «¿Por qué lloras?». Ella le respondió, diciendo: «Nuestro hijo está muerto», le dijo él: «No tengas miedo ni llores: pues yo le prometo a Santa María de Guadalupe ser servidor de su casa, y ella lo dará vivo y sano».

En esa hora, se levantó el mozo vivo y sano, y dijo a su padre: «Señor padre, preparaos y vamos para Santa María de Guadalupe». Por lo cual, cuantos allí estaban presentes y vieron este milagro, quedaron muy maravillados,  y creyeron después todas las cosas que este pastor decía de la aparición de la Virgen María. Dijo el pastor: «Señores amigos, sabed que para el mensaje que yo traigo a vosotros bien era menester de hacerse este milagro aquí, por nuestros pecados, muchas veces dudamos de que aquello que corporalmente no percibimos».

Después, este pastor llegó a los clérigos y les dijo así: «Señores, sabed que me apareció nuestra Señora la Virgen María en las montañas cerca del río Guadalupe, y me mandó que os dijera que fueseis allí donde me apareció, y encontraríais una imagen suya; y la sacaseis de allí; y le hicieseis allí una casa. Y me mandó que dijese más: que los que tuviesen a cargo su casa, diesen de comer una vez al día a todos los pobres que a ella viniesen. Y me dijo más: que haría venir a esta casa mucha gente de diversas partes, por muchos y grandes milagros que ella haría por todas partes del mundo, así por mar  como  por tierra; y me dijo más: que allí, en aquella gran montaña, se haría un gran pueblo».

Oídas estas cosas, los clérigos dudaron pero luego al ver resucitado al mozo, le creyeron. La clerecía deputó ciertos de ellos para que fuesen con el pastor al lugar donde se le apareció Nuestra Señora. Partiendo de Cáceres anduvieron su camino hasta llegar a aquel lugar, donde la santa Virgen María apareció al pastor. Y después que llegaron, comenzaron a cavar en aquel mismo lugar donde el citado pastor les mostró, que se le había aparecido nuestra Señora Santa María. Y ellos, cavando allí, hallaron una cueva a manera de sepulcro, dentro del cual estaba la imagen de Santa María, y una campanilla y una carta con ella; lo sacaron todo de allí, con una piedra donde la imagen estaba sentada. Y todas las piedras que estaban alrededor de la cueva y encima, todas las quebraron las personas que vinieron entonces y se las llevaron por reliquias. Hicieron una choza de piedra seca lo mejor que pudieron. Juntaron algunas piedras a manera de altar poniendo allí la imagen.

Hecho esto, se volvieron los clérigos a Cáceres y contaron a todos que era verdad todo lo que el pastor les dijo. Y quedó el pastor como guardador de la ermita con su mujer e hijos y con muchos de su linaje, por servidores de Nuestra Señora Santa María de Guadalupe.

 

Fuente: Mapa de Cuentos y Leyendas de Extremadura y el Alentejo. (s. f.). Leyenda de la Virgen de Guadalupe. Recuperado de http://alcazaba.unex.es/~emarnun/docs/caceres/lasvilluer/guadalu3.htm

 

La Aparición de la Virgen del Ara en Fuente del Arco

LA APARICIÓN DE LA VIRGEN DEL ARA EN FUENTE DEL ARCO 

«… Habitaban en esta zona la Princesa Erminda y su padre, el rey moro Jayón, que era ciego. Bien pudiera ser que estos personajes de la historia, fueran reyezuelos Taifas, es decir, los pequeños reyes que en el último periodo de la denominación musulmana habitaban en la península.

Bueno, pues un buen día la Princesa se encontraba jugando junto a una fuente y se le apareció la Virgen María, en forma de una joven doncella, sobre la copa de una encina. Esta aparición se hizo más frecuente, hasta que un día vio brillar sobre la cabeza de la jovencita una aureola destellante.

Erminda le preguntó:

–  ¿Quién eres?

–   La Virgen María, -le contestó la jovencita-.

–   Pues entonces, si eres la Virgen. ¿Por qué no le devuelves la vista a mi padre?

–   Lo haré, pero cuando os convirtáis al cristianismo. Al convertirse Erminda y Jayón, éste recobró la vista.

Entonces comenzó a levantarse una capilla en su honor en un lugar muy cercano, donde hoy figura una cruz de hierro; pero lo que construían durante el día, por la noche se derrumbaba.

Así, el rey empezó a tener miedo y trató de huir del lugar, pero al intentar atravesar la Ribera del Ara, el agua se lo impidió.

Habló con la Virgen y ésta le dijo que la ermita que estaba construyendo se le derrumbaba porque no la hacía en el lugar que ella deseaba. Es decir, en la encina donde se aparecía. Así pues, se levantó la ermita en el lugar en el que hoy existe, y se dice que la encina se cortaba y volvía a retoñecer.

La construcción de la ermita la realizaron todos los moros convertidos y uno que abandonó renegando su fe cristiana, los demás lo castigaron. Después se vería libre de este castigo por mediación de la Virgen.

 

Fuente: Asociación de Fuente del Arco para la Iniciativa Turística. (s. f.). Leyendas acerca de la Ermita de Ntra. Sra. Del Ara. Recuperado de http://www.badajoz.org/asfaitur/contenido.htm

San Galo y las Serpientes

SAN GALO Y LAS SERPIENTES

Refiere una leyenda que en el lugar en que San Magno, un monje discípulo de San Galo, fundara un convento en la Edad Media por las proximidades de Garganta la Olla no se veía ningún tipo de serpiente. Fueron maldecidas y expulsadas por el santo. La razón de tal comportamiento se debe a que San Galo era buscado para martirizarlo, no se sabe bien si por arrianos o musulmanes, y una serpiente le indicaba a los perseguidores el lugar de su escondite mediante silbidos o colocando en puntos visibles trozos de tejidos.

 

Fuente: Domínguez Moreno, J. M. (2008). Animales guías en Extremadura (II) I. Revista de Folklore, 28b, 331, pp. 3-17. Recuperado de http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?id=2499

La Tarasca o la Fuente de los Alunados

LA TARASCA O LA FUENTE DE LOS ALUNADOS

A mediados del siglo XIX en Badajoz, en la calle del Almotacén, lo que es hoy la calle Norte, vía que da a la plaza de Santa María, vivía un tal Isaac Cohen, conocido cirujano de origen judío, con fama de avaro y cara de pocos amigos.

Un año, pasadas las fiestas de Navidad, en una noche de perros, con un temporal de agua, rayos y centellas cayendo sobre la ciudad, unos lugareños de La Albuera, lugar situado a unas cuatro leguas de la ciudad, llegaron a Badajoz. Reclamaron urgentemente los servicios del cirujano para que atendiera a un señor llamado Pedro Durán, pobre aldeano sin hacienda y de familia que vivía en la miseria, que se encontraba en las últimas y de oficio porquero.

Después de que el cirujano se negara una y otra vez a las peticiones angustiosas de la hija y de la esposa de Pedro Durán, el abuelo de la familia consiguió ablandarle el corazón a éste en una tercera visita, no sin antes acceder a un desorbitado estipendio. Que ascendía a la exorbitante cantidad de setecientos maravedíes, la mitad de ellos en mano y el resto a cuenta, además de ponerle dos caballos corredores a punto para llegar en menos de una hora. Y como garantía, para ablandar su duro corazón, el viejo Durán puso además de su palabra de cristiano viejo, sus setenta lechones de montanera, dispuestos para ser vendidos en el mercado de la Pascua de Reyes, en el zoco grande, donde la familia Durán vendía su ganado a buen precio.

Sacado de la cama el avaricioso médico, se arregló y calzó en un santiamén, encasquetándose al capuchón contra la lluvia, pidiendo y cobrando en el acto los primeros trescientos cincuentas maravedíes. Con la lluvia cayendo como pocas veces se había visto en Badajoz, salieron de la ciudad en dirección a La Albuera por el Zoco grande y la Puerta de Mérida, mientras sonaban lúgubremente las campanas de la torre de Espantaperros, tratando de ahuyentar la tormenta. A uña de caballo, pasaron por las cercanías del convento de Padres Trinitarios, y un poco más allá, por la Ermita de los Mártires, situada en las márgenes de la pequeña ribera del Calamón.

Los caballos trotaban unos ratos, galopaban otros, sin un minuto de tregua, siempre corriendo, salvando distancias, saltando baches y rodeando los pequeños charcos que el agua había formado desde el comienzo de la noche, sin más luz que el resplandor de los relámpagos y sin gran confianza de llegar a tiempo hasta el enfermo Pedro Durán, cosa que tenía sin cuidado al médico. El cumplía con hacer el viaje a La Albuera, visitar a Pedro Durán como lo encontrase, ya fuese vivo o muerto, y cobrar por todo ello setecientos maravedíes justos y cabales.

Ya habían recorrido como tres leguas, cuando, de repente, los caballos, recelosos, relincharon, levantaron las orejas y se pararon, negándose a avanzar. A pocos metros había una pila de maderos y troncos que ardía. Confusos, el viejo y el médico se subieron de nuevo a los caballos y partieron a galope. Media hora después, con la tormenta aplacada y la luna llena brillando en el cielo, llegaron a La Albuera y entró el médico en la casa de Pedro Durán. Tomó el pulso al enfermo, los más negros presagios se confirmaron: el aldeano se moría de ahogos, su pulso se  perdía por momentos y el corazón estaba a punto de fallarle definitivamente. El médico no dio esperanza alguna.

En aquel momento, el enfermo abrió los ojos y, haciendo un esfuerzo, dijo que esa noche había tenido un sueño horrible, soñando que la tarasca les había salido al paso por el camino y había devorado al doctor, de tanto tiempo que habían tardado en llegar.

La tarasca tenía atemorizadas a las gentes de La Albuera. Era fama que en el pueblo y en todos de la comarca que este feroz animal salía a los caminos y acometía a las gentes, enroscándoseles a la garganta y ahogándolas. El avispado médico le recomendó un emplasto de raíces y hojas de dedalera. Y al saber que esta planta no se recogía en La Albuera, el médico, que, mira por dónde, las llevaba en su maletín, se ofreció a dárselas pero cobrando cien maravedíes, a pesar de las penurias de esta pobre gente. Después de darle dos sorbos del cocimiento y aplicarle sobre el pecho izquierdo la cataplasma de hojas de dedalera, aliñadas en esta ocasión con manteca de puerco, vieron con espanto que las medicinas no surtían efecto alguno y Durán fallecía instantes después. De “mal de corazón”, según certificó el taimado cirujano.

En medio del dolor y la desolación familiar, y a pesar de sus protestas, Isaac Cohen tuvo la frialdad suficiente para pedirles los trescientos cincuenta maravedíes que le faltaban por cobrar, que era hora de regresar a Badajoz. Liquidada la deuda entre protestas, juramentos y maldiciones, la familia mandó llamar a dos sirvientes para que lo acompañaran a caballo. Se trataba de dos cristianos nuevos, dos moros convertidos al cristianismo, llamados Jad y Nach Lajdar, dos hombres buenos pero tenidos como lunáticos, quienes, bajo la influencia de la luna llena, el mal de la noche, perdían la cordura y el juicio.

Sin mediar palabra durante el camino, los tres jinetes, corriendo al galope por los llanos de La Albuera, se acercaban a Badajoz. Ya cerca de la ciudad, siguiendo esta vez un tortuoso camino, los tres hombres llegaron a las riberas del Calamón, cuando todavía no había indicios de luz aprovecharon para detenerse a descansar unos momentos junto a un molino harinero, en las proximidades de la ermita de Los Mártires. El médico que no montaba bien, se cayó al suelo, de repente de los matorrales próximos salían unos ruidos extraños, lo que provocó que los caballos, asustados, relincharan, se encabritaran y retrocedieran. Y, cuando menos lo esperaban, vieron cómo de entre la espesura salía una extraña criatura, la tarasca, animal monstruoso que tenía atemorizados a  los campesinos y lugareños de las afueras de Badajoz. Animal selvático y montaraz, cuya cabeza se parecía a la de un león con orejas de caballo y una desagradable expresión, horrenda criatura que nunca abandonaba la espesura de los lugares donde habitaba. Y al que en las noches tempestuosas se le oía bramar, aumentando con sus rugidos tenebrosos la natural congoja de las noches infernales.

La tarasca se aproximó al médico caído y lo atrapó con su cola, arrastrándolo, mientras el desgraciado judío pedía auxilio desesperadamente. Los dos criados, aterrorizados, no se atrevieron a moverse del caballo. Sin embargo, uno de ellos, haciendo la señal de la cruz, invocó a Santa Marta, la doncella vencedora del Dragón:

¡Santa Marta, Santa Marta, ven en nuestro socorro. Tú, que venciste al monstruo, al Tarascón, acude en nuestro socorro!

El monstruo desapareció llevándose al médico judío hasta una fuente cercana, donde, tras ahogarlo con sus garras, lo sumergió en sus aguas. Con su cuerpo exánime y sin vida, la tarasca huyó a refugiarse a su guarida, situada en las inmediaciones de un molino cercano.

Avisado el ermitaño de Los Mártires para que acudiera a socorrer al médico de Badajoz, por si estuviera aún con vida, encontraron su cadáver flotando sobre las aguas. Tenía en su mano derecha una gran bolsa que contenía 800 maravedíes, dinero que fue devuelto de inmediato por los dos criados a la familia Durán.

 

Fuente: Díaz y Pérez, N. (1900). La fuente de los alunados. Tradición popular. Correo de Extremadura. A través de Hurtado, P. (1901). Supersticiones Extremeñas. IV: Encantamientos, en Revista de Extremadura. Órgano de las Comisiones de Monumentos de las dos provincias, año III, número XXV, Junio, pp. 313–314.

La leyenda de San Bartolomé

 

LA LEYENDA DE SAN BARTOLOMÉ

Hace muchos años, cuando era el pueblo totalmente rural, y apenas había contacto con la capital, un humilde pastor iba con su rebaño camino «Regajo el Santo». Cuando ya pasaba el río, al comenzar la cima del cerro, se paró a descansar al lado de una blanca piedra. Bajo el sol cegador, caluroso, rodeado de campos secos, vestidos de oro, tuvo una aparición. Allí frente a él, comenzó a ver la imagen de San Bartolomé, nuestro Patrón. El pastor estaba asombrado, sin saber si era cierto lo que sus ojos veían, o si era un espejismo producido por el calor.

Empezó a hablarle y vio que era realidad, él estaba frente a su Patrón, quién le dijo que construyera una ermita al lado de la piedra blanca, donde el pastor había parado a descansar. Una vez que San Bartolomé le dijo su deseo, desapareció.

Sorprendido de que San Bartolomé le hubiera escogido a él para decirle su deseo, corrió a decírselo a la gente del pueblo y construyeron la ermita.

Pero la ermita no fue construida donde el Santo dijo sino en la otra orilla del río, por lo que un día se derrumbó. Al ser reconstruida, la gente del pueblo hizo una zanja para que cuando lloviera el agua resbalara por ella. Desde entonces hasta hace unos años, cuando había sequía o estaban escasos de agua, la gente del pueblo se encaminaban hacia la ermita y limpiaban dicha zanja, pocos días después llovía.

Desde entonces hasta ahora, todos los años, los últimos días de Agosto se celebra una fiesta en honor al Patrón San Bartolomé.

 

Fuente: Mapa de Cuentos y Leyendas de Extremadura y el Alentejo. (s.f.). San Bartolomé. Recuperado de http://alcazaba.unex.es/~emarnun/docs/badajoz/lacampin/sbartolo.htm

 

San Jorge y el Dragón

SAN JORGE Y EL DRAGÓN

El soldado-peregrino llega a la ciudad de Silca, junto a un lago “que parecía un mar” y ocultaba un descomunal dragón. Nunca habían conseguido capturar a este escurridizo bicho acuático. A pesar de que los lugareños iban bien armados; se acercaba a las murallas, infestaba el ambiente y causaba la muerte de muchos.

Se impuso, entonces, la necesidad de un pacto. El dragón se alimentaría en el futuro del miedo humano, permaneciendo a buen recaudo en su húmedo hogar.

El acuerdo consistió primero en arrojar al lago dos ovejas cada día. Pero cuando éstas comenzaron a escasear, se acordó echar una oveja y un ciudadano elegido por sorteo. Pero la suerte cae un día sobre la hija única del rey, inventor de la idea de la suerte. Éste ofrece a los súbditos todo el oro y la plata del reino por salvar a su hija, pero los súbditos responden que el rey y su familia están sometidos a la ley y que lo quemarán junto con su casa si se niega a cumplirla. Consiguen aplazar durante ocho días el sacrificio, pero llega lo inevitable.

Cuando la doncella, sola y llorosa, camina hacia el lago para “cumplir su destino”, se encuentra con el soldado peregrino. Éste le ruega que huya y se salve de la furia del dragón que le acecha. El valiente soldado sube a su caballo y ataca al bicho como don Quijote a los molinos: “Alzó su lanza y haciéndola vibrar en el aire se dirigió hacia la bestia rápidamente, cuando la tuvo a su alcance hundió el arma en su cuerpo y la hirió”.

El soldado echa pie a tierra y le dice a la doncella que sujete sin miedo al dragón por el pescuezo con su cinturón,  el dragón la sigue sin rechistar hasta las puertas de la ciudad. Desde la muralla, los ciudadanos tiemblan ante lo que ven venir, pero el soldado cristiano los tranquiliza con estas palabras:  “Dios me ha traído a esta ciudad para libraros de este monstruo.»

El soldado San Jorge dio un beso de paz al monarca y se marchó de la ciudad.

 

Fuente: De La Vorágine, S. (1996). La leyenda dorada, 1.  Madrid: Alianza Editorial (pp. 248-253).